Por Valeria Largaespada
No sabía cómo denominarlo ni si existía un nombre para esto que siento. Soy hija de migrantes, con raíces nicaragüenses, viviendo en México y desde pequeña me he sentido en un limbo entre dos culturas: no me siento completamente conectada con la mexicana, ni tampoco plenamente con la nicaragüense.
Para entenderlo mejor, comencemos con un poco de la historia de mi familia. Mi familia es un remix de varias culturas bellas, como muchas familias en el mundo. Venimos de todas partes, pero a la vez de ningún lugar en particular.
Por el lado de mi madre, los padres de mi abuela eran italianos, pero el Porfiriato migraron a México para encontrar una vida mejor. Esto hizo que algunas festividades, como la Independencia de México o el Día de Muertos, no se celebraran en su casa como lo hacían la mayoría de los mexicanos. Sin embargo, adaptarse es parte de la naturaleza humana. Gracias a la escuela, los vecinos y los amigos, mi abuela adoptó algunas de estas tradiciones.
Por otro lado, mi abuelo materno es nicaragüense. Aunque todos compartimos una herencia común —la cultura maya como raíz—, hay celebraciones, comidas, dichos y costumbres que varían entre ambos países.
Hay cosas que me cuesta explicarles a mis amigos, empezando por el hecho de que en mi familia no comemos nada de picante. Como diría mi mamá: “le quita el sabor a la comida”. Pero decir eso a un mexicano es como cometer uno de los siete pecados capitales. Creo que la primera vez que comí picante de verdad fue en la secundaria, y por "de verdad" me refiero a una salsa tatemada durante una carnita asada con mis compañeros.
El segundo contraste que noté fueron las palabras "provecho" y "propio" cuando alguien pasa a un lugar. Debo recalcar algo: el mexicano es muy educado a la hora de comer e invitar a alguien a su casa. Esas dos expresiones no existían en mi hogar; no las conocía hasta la preparatoria, cuando empecé a comer en casa de mis amigas o en algún restaurante.
El tercer contraste merece una anécdota. En secundaria derramé un jugo en mi salón de clases, así que tuve que ir con el conserje a pedirle el trapeador. "Disculpe, ¿me podría prestar su lampazo por favor?" "¿Su qué?", dijo el conserje, extrañado. "Lampazo", repetí inocentemente. "No te entiendo, niña". Le tuve que explicar que había derramado un jugo y necesitaba limpiarlo. "Trapeador. Se nota que no limpias en tu casa", me dijo. Ese día me sentí totalmente indignada.
Por último, pero no menos importante, hablemos de los horarios. En mi casa no existe el famoso “ahorita” mexicano, porque esa palabra implica que el tiempo es relativo; puede ser en un minuto, en una hora o incluso en un mes.
En cuanto a los horarios de las comidas, en mi hogar hay una estructura clara. El desayuno es ligero y se sirve entre las 8 y las 9 de la mañana. La comida, que es el plato fuerte del día, es a las 2 de la tarde. Y la cena, que también es ligera, se toma a las 8 de la noche. En cambio, en muchas familias mexicanas, el desayuno suele ser a las 6 o 7 de la mañana, dependiendo de la familia. La comida se sirve entre las 4 y 5 de la tarde, lo que yo consideraría más bien una cena, y la cena, que es más pesada, se toma entre las 9 y 11 de la noche.
Cada costumbre tiene su belleza, son parte de lo que nos define como sociedad.
Quiero hacer una mención especial a todas aquellas personas que migran de su país natal a otro, dejando atrás a su familia, amigos, su hogar y su trabajo, todo con la esperanza de lograr una vida mejor. A veces, como hijos, no somos conscientes de todo lo que nuestros padres han tenido que sacrificar al dejar su país de origen.
Mi madre no proviene de un país de "primer mundo"; viene de un país en desarrollo, lo que hizo que su adaptación a México fuera todo un reto. No fue la comida o los horarios lo que más le costó, sino las personas. Aunque suene contradictorio, algunos mexicanos suelen ser muy cálidos con los extranjeros de Europa o Estados Unidos, pero pueden ser groseros con aquellos que hablan el mismo idioma y comparten raíces similares.
Un aplauso para aquellas personas que dejan su vida como la conocer atrás, pero también un aplauso a las personas que reciben con calidez a nuevas personas.
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